26 de junio de 2009

El faro de la Memoria

Hace ya 2 años y medio, cuando andaba por tierras leonesas (Toral de los Guzmanes, Villaquejida...) participé en el concurso que organiza todos los cursos el CRA Vega del Esla (Toral de los Guzmanes), concurso de redacción para maestr@s, en homenaje a Elena Yugueros, maestra fallecida en accidente de tráfico cuando se dirigía al colegio. La temática, era el el deshielo de los polos, pues coincidía con el año que se celebraba tal desastre. Con este breve relato, obtuve el primer premio. Y cuanto más pasan los años, más realidad me parece que puede llegar a ser.


El faro de la memoria

Aquella calurosa tarde del año 2007, permanecerá grabada en la memoria de todos los habitantes de Ortiguera, un pequeño pueblo marinero que cada día disputa una dura pugna con el Mar Cantábrico, el cual todas las noches golpea con furia los acantilados de la costa asturiana, y a donde todas las mañanas se lanzaban los bravos pixotos a faenar en sus aguas, con la única ayuda de sus rústicas lanchas de madera y su buen hacer, perfeccionado durante décadas y transmitido de generación a generación.

Todos recuerdan aquella como una tarde tormentosa. Las mujeres se apresuraban en remendar las dañadas redes, destrozadas por la dura jornada pasada; mientras los hombres, conscientes de que las nubes deparaban lluvia, no cesaban en su ardua tarea de retirar a tierra los botes, ante la marejada que preveían. Y cuando todos estaban ya exhaustos, apareció flotando en el mar, lo que nadie nunca había deseado ver.

Desde el primer momento, Federico, el más sabio de los marinos, se percató de que aquel cuerpo inerte, no podía traer más que malas noticias, catástrofes. Nunca antes habían visto nada igual: exceso de ropas, pieles de animales, robusto calzado… realmente tendría que haber pasado mucho frío a lo largo de su vida. El cadáver aún permanecía congelado, y al sacarlo del agua, descubrieron que había sido brutalmente atacado, torturado, maniatado. Sin nunca haber conocido a aquel hombre, todas las personas que le rodeaban sintieron pena por su muerte, a la par que maldecían a quienes había cometido tan vil asesinato, pues les parecía imposible que aquel hombre de aspecto pacífico y bonachón, hubiese tenido ni tan siquiera tiempo para defenderse.

Ante el asombro del pueblo, sin que nadie hubiese dado la voz de alarma, las sirenas iluminaron todo el puerto. Detrás de ellas, coches lujosos delataban la llegada de autoridades. Tras ellos, una marabunta de cámaras y micrófonos se afanaban por lograr la mejor de las imágenes. De uno de esos coches, inalcanzable para todos los presentes en el puerto, bajó un hombre con un impecable traje negro. Impasible, abriéndose paso entre los pescadores, se acercó al cadáver. Los vecinos aún alterados por la aparición de aquel cuerpo en sus aguas, no daban crédito al ver como con la puntera de su brillante zapato de cuero golpeaba insensiblemente el costado del cadáver, y dirigiéndose al resto de personalidades y a los medios que allí se agolpaban, de su boca salieron unas frías palabras que aún perduran en la memoria de los pixotos:

- Señoras, señores, este es el momento que llevábamos años prediciendo, y que nadie ha intentado evitar. La vida en nuestro planeta será ahora más difícil.

Tras este acto vacío de humanidad, toda la comitiva se alejó del pueblo de la misma manera que había llegado, dejando el cadáver tirado en la orilla. Los pescadores, lo custodiaron durante la larga noche, soportando el frío y la lluvia. Una jornada nocturna fue tiempo suficiente para que el cuerpo se descongelase por completo, llegando su agua hasta el mar.

Desde aquella fría noche, la vida en Ortiguera no ha sido ni un pequeño reflejo del pasado. El mar, cubre toda la escollera; la rula ha sido sepultada por las aguas; y en lo alto del Cabo S. Agustín, únicamente la potente luz del faro invita a rememorar el pasado.