5 de mayo de 2013

Una maratón de emociones


Sentarse a escribir una crónica de una maratón, es algo realmente laborioso (o por lo menos la primera vez yo lo veo así). Uno intenta plasmar las sensaciones, emociones, sentimientos… que ha experimentado no solo durante esos mágicos 42,195 km, sino durante meses de entrenamiento, semanas de soledad y de dedicación.
 
Todo debió empezar hace un par de años, o alguno más quizás. Como aficionado al deporte te pica la maratón desde que la conoces; y como corredor popular (que es donde me encuadro estos dos años) uno tiene el desafío desde las primeras zancadas.
 
Empecé como la mayoría, supongo, corriendo la carrera de mi pueblo. En mi caso la Puerto de Vega – Navia (en mayo del 2011). Para ella, me había empezado a preparar unos meses antes, con la idea de acabar, de pasarlo bien y de encontrar un aliciente para volver a engancharme al deporte, y con el desafío de superar una avería de las buenas en la rodilla. ¡Y vaya que si me enganchó! Desde que me sitúe en el muelle de Puerto de Vega, en el calentamiento de aquella carrera, me entró el gusano del correr… y ahora estoy realmente enganchado a él. Un 10.000, una urbana, un cross pequeñito, la primera media, la incomparable Behobia-San Sebastián, más medias maratones, S. Silvestre…
 
A lo largo de estos 2 años ya han sido unas cuantas carreras, tanto en Asturias como en Galicia (con un par de escapadas a Behobia y la media de León). Y desde el inicio, la idea rondando en la cabeza. Algún día, cuando puedas, sin obligarte, cuando te lo pidan las piernas… pero algún día tiene que caer la maratón. Amigos te cuentan historias de ellas, y gracias a mi hermano las conozco más de cerca.  Lees en foros, en blogs, más blogs… esa aventura hay que vivirla, a mi no me llegaba con que me la contasen, y menos quedar con la sensación de no haberlo intentado.
 
Así pues, a finales del año 2012,  (o inicios del curso 12-13 que así medimos los maestros la vida) se marca el objetivo. Para el año 2013 será la primera. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Las dudas son muchas, casi tantas como miedos. Con el calendario, 3 son las opciones: Barcelona, A Coruña o Madrid. Por aquello de debutar en una cerquita, minimizando gastos y aumentando la gente conocida, nos lanzamos a por Coruña42, así que desde noviembre, el 21 de abril de 2013 lleva marcado en rojo en todos los calendarios (sé que los domingos todos van en rojo, pero el mío además lo tenía rodeado, subrayado y con letras que decía: MARATÓN).
 
Desde el momento en el que se marca la fecha, hay que empezar a releer foros, buscar programas, entrenos, consejos… y al final 12 semanas parece que van a ser las destinadas a entrenar específicamente para la maratón. Doce semanas que comienzan casualmente con una carrera que me va a servir como medición de dónde me sitúo (el 10.000 de Trevías), y que me sirve para darme cuenta que mucho hay que entrenar.
 
A mediados de Enero, empieza pues la preparación de la maratón, y es tan sencillo de saber cuánto dura como ver cuándo nos dejó el invierno: ¡sí!, 3 meses de lluvia, viento, granizo, nieve y frío; corriendo siempre con 2-3 capas, guantes, gorro, cortavientos. Tiradas de 2 horas y media bajo lluvia, series con recuperaciones heladoras, cuestas esquivando charcos y “riadas”… Todo muy atractivo para animar a alguien a planteárselo.
 
Gracias a los ya nombrados foros, te das cuenta que algún loco más hay por ahí en las mismas condiciones. Algún loco cercano incluso te acompaña en alguna tirada larga; te cruzas con más entrenando, con el mismo número de capas y la mirada que lo dice todo: “vaya maratón que fuimos a escoger”. Pero no había vuelta atrás, y ni las patas, ni la cabeza iban a dejar abandonar.
 
Semana a semana, los kilómetros hacen lo mismo que las precipitaciones, aumentar. Poco a poco empiezo a notar que ya tiene que pasar media hora para que las piernas vayan lo bien que deben. Los entrenos empiezan a hacerse largos, las series suman y suman metros, y la carretera N-VI a su paso por Vega de Valcarce empieza a ser mi hábitat: sé a qué hora pasa el camión de Congelados; saludo a la dueña del bar de Ruitelán, siempre cerquita ella de su chimenea; los jueves me cruzo con cazadores que vuelve de la jornada… Son pocos los peregrinos que pasan en esta época, pero curiosamente los que lo hacen me miran con cara de “mira que no habrá días para correr” y yo les miro pensando “mira que no habrá épocas del año para hacer el camino”. Y curioso es también, que la misma intención que ellos tienen de dejar el camino, es la que tengo yo de dejar el entreno.
 
Día a día, hasta llegar a los 84 (dos para cada uno de los 42 km), la frase que más se repite al llegar a casa es la de “pasa pa la ducha que vas a coger frío”. ¿Coger frío? Lo que debería hacer es soltarlo, o mejor, ¡que él se suelte de mí!. Pero es que el día a día de la pareja es más duro que el propio corredor. Como bien empiezan a decir, hay que pasar a hablar de la soledad de la pareja del corredor de fondo, más que la soledad del corredor de fondo. No solo estás gran parte del día dedicado al entreno, si no que ese tiempo tiene que ser a unas horas determinadas (con luz natural, escasa en invierno), y día a día, sin excusas. Cuando organizas planes, al hacer la maleta lo primero las zapatillas, pantalón y camiseta (y chubasquero, y térmica, y guantes, y gorro…). Allá donde estés, hay que sacar un rato para la carrera… y eso en muchas ocasiones va en detrimento del tiempo para tu pareja. No dudo pues en reconocer que la mía, por este y por otros muchos motivos, se lleva el porcentaje mayor del logro.
 
Y se acerca el momento, a menos de dos semanas ya… Personalmente para mí la penúltima semana del plan de entrenamiento fue la más dura, en cuanto a la cabeza. Por un lado, las piernas pidiendo rodar, correr, un poquito más que todavía quedan días para recuperar, unos kilómetros más que vas justo de tiradas largas, unas series más que hay que asegurar el ritmo… Y por otro lado la cabeza: “Loren, ya está todo hecho, toca descansar y déjate de cargar ahora“. Al final “ni pa unas ni pa otra”, haces lo que debes pero un poquito más, es decir, las series de 20’ pasan a ser de 22’, y las 4 series a ritmo maratón se convierten en 5 un poco por debajo… Creyendo que me he portado, me inscribo en una carrerita para justo el domingo antes de la maratón, con la intención de participar en una más y así obligarme a hacer solo los kilómetros de la carrera, nueve, y no aventurarme en una nueva e infinita tirada que lo único que me serviría sería para castigarme y poner en peligro la maratón.
 
¡Última semana! Con un par, aparece el sol. ¿Qué te habías creído, que no vendría? Y la cara que se me queda, justo ahora que me tengo que quedar tranquilito, vienes tú a dar ganas de salir a moverse, ¡eres cojonudo! Pero esta última semana si que no hay duda. Toca descansar, masticar nervios y mentalizarse. Tomar el sol es la opción más acertada, cargando las pilas a buen ritmo y descontando horas para que lleguen las 8:30 del día 21 de abril (menudo madrugón de domingo...). Si semanas atrás, me hubieran dicho que la última semana iba a pasarla tomando el sol, les lanzaría mis guantes pingando, mi frío y alguna bola de nieve. Pero resultó ser cierto, y parecía que no nos iba a soltar en unos días (y así fue)
 
La semana doce pasa tan rápido, que cuando me doy cuenta estoy preparando mi última mochila pre-maratón. Ahora sí que los nervios ya no me van a abandonar. Zapatillas, pantalones, calcetines, camiseta (la de tirantes, que toco desempolvar), tiritas (de su uso mamario), otras zapatillas, otra camiseta, otro pantalón, otro…. LOREN, ¡que solo vas a correr un día!! Muchos kilómetros, si, pero solo un día. Hay que preparar el avituallamiento, Orejones y nueces, y al igual que la ropa, por si acaso… medio kilo nueces y 300g de orejones, para escoger las dos mejores piezas de cada. Llamadita a los dueños del hospedaje (dos amigos que siempre tienen su casa disponible) para ultimar la cena, pescadito, verduritas, fruta y agua. Con todo preparado, nos dirigimos a la Casa del Agua, a recoger el dorsal y supuestamente a ponernos los dientes largos en la feria. Digo supuestamente porque al llegar allí descubrimos que la feria deja bastante, mucho, que desear, y que lo único que me va a poner los dientes largos es ver una clase de técnica, esa que ya expliqué que es inexistente en mí correr. Bueno Loren, que ya tienes tu dorsal, el 371. Ahora, para casita, a prepararlo todo. Quien me conoce, sabe que soy un poco maniático. Que el día antes, no sin antes revisarlo infinidad de veces, me gusta dejar toda la indumentaria colocada, cada calcetín en su playero, chip en los cordones, dorsal puesto, camiseta y pantalón… y en esta ocasión las dos escogidas nueces y los dos exquisitos orejones envueltos y guardados en el bolsillo.   Ahora sí que ya está todo, toca relajarse, hacer la cena, descansar… y todo hecho (menos lo de relajarse). No solo la ropa de la carrera, si no que la mochila también es revisada: chanclas, gel, toalla, agua, ropa… y el premio: chocolate 85%.
 
Hora de irse para la cama, despertador preparado para las 7:00h, como si no hubiera un mañana decían ellos. Ahora sí que está todo, todo hecho. Oportunas buenas noches, que me devuelven con un choque de palmas que me recuerdan que a Coruña he ido a lo que he ido. Así que “pasa pa la cama” y a dormir. (No sin antes volver a analizar la ropa, la mochila y el despertador).
 
Quedan 5 minutos para que suene… si es que ya estoy despierto desde un cacho antes de las 7, pero hasta que suene el despertador no se mueve nadie, todo según los planes. Toca vestirse (que bien haber dejado todo preparado) y aprovechar para dejar lastres (sé que no es agradable esto, pero para un corredor es muy significativo). A las 7:30 ya estaba listo, y a las 7:35 en el Taxi rumbo a la salida, con mi N siempre como cómplice. Al llegar a la salida, ya se empieza a ver el ambietillo. La élite calentando, el speaker dando guerra ya desde tempranito, los voluntarios recibiendo últimas indicaciones… Vamos hacia Plaza María Pita a ver la meta, y no puedo evitar pasar por los metros finales, sin llegar a cruzar la meta… eso lo dejo para unas horas después. Con todo estudiado, vamos a tomar el correspondiente café solo largo. La cola me indica donde tengo que esperar para acabar de soltar lastre. Y es momento para sorpresas, porque sin esperarlo aparecen por allí mis padres, mi hermano y mi “cuñá”. Parece que está llegando el momento, la cosa se pone serie… últimos tragos a la botella de agua, beso energético, y como bien me dice: “a disfrutarla”.
 
Buscando el hueco, encuentro que el cajón número 3 está bastante vacío, así que ahí me planto. Curiosamente, los nervios han desaparecido, o mejor dicho, se están guardando para kilómetros  posteriores. Miro a mis lados, y no veo entre los corredores a ningún conocido. Sé que hay gente de Navia que ha ido, pero ninguno está cerca. “Bueno, durante las 3 vueltas vas a tener tiempo para verlos, así que tú a lo tuyo”. Y así, como quien no quiere la cosa, suena el pistoletazo de salida de la maratón. Emocionado, me digo: Loren, llevas 12 semanas esperando este domingo, días tachados en calendario hasta llegar a este domingo 21 de abril, marcado en rojo, rodeado, subrayado y con letras que decían: MARATÓN. Si todo lo que has hecho ha sido bastante, lo sabrás dentro de algo más de 3 horas  (si no ha sido suficiente algo antes, pero a la postre la cosa salió bien). El primer kilómetro entre la salida, gente, buscar conocidos en público… pasa rapidito. Eso sí, a ritmo acordado de calentamiento. Durante los dos primeros kilómetros, me planteo un ritmo, y a partir de ahí, que las piernas decidan. Desde el principio, el haber escogido una maratón con poca participación me deja situarme cómodo, sin tener que esquivar gente ni molestar a otros corredores. Y en cuanto damos el  primer giro de 180 grados, toca encarar el paseo marítimo, y ahí había planeado que era el momento de empezar a correr. Dicho y hecho, aprovechando la pendiente favorable, empiezo a alargar zancada, marcar un ritmo, y procurar que sea lo más constante. Deseo que mis sensaciones no me fallen, a falta de gps y pulsómetro toca dejarse llevar por ellas. Cuando tomo tiempos, me doy cuenta de que voy más rápido de lo esperado. No sé si voy a aguantar la carrera a ese ritmo, casi tenía seguro que no, pero lo que si sabía es que ese era el ritmo que iba a llevar ese día hasta que aguantase. 15, 20, 30, 42… no podía saber cuántos kilómetros, eso lo dirían las culpables de marcar el ritmo. Y con este promedio, van pasando los kilómetros. Desde antes de salir tenía claro que iba a correr solo, que no me iba a juntar a ningún grupete que pudiese condicionar ritmo. Si coincidía con un grupo, genial, si no pues no pasaba nada. A fin de cuentas llevaba ya muchas horas corriendo solo, no pasaría nada por 3 más. Pasan los metros y el ritmo parece bastante constante. Por momentos me uno a un grupo, luego a una pareja, a otro que va solo, me pasa otro…. Y zancada a zancada se acerca la media. Hace poco más de año y medio luchaba por acabar una media, y resulta que ya me la había dejado atrás hoy, e iba directo a por otra. Paso el medio maratón con 1:32:10, por lo que empiezo a calcular… la cosa está yendo más rápido de lo esperado, vas a pagarl. Pero no quería bajar ese ritmo. Era el que me había marcado desde kilómetros atrás y con el que iba cómodo. Al pasar la media, toca avituallar… así que salen a relucir las nueces y orejones. Eso sí con uno de cada voy más que servido, un trago de agua para que todo pase, y a seguir corriendo como hasta ahora.
 
Como ya he contado, la maratón constaba de 3 vueltas. Esto, y el cariño que me tienen, hizo que mis  me viesen un buen puñado de veces, lo que realmente alegra la carrera y da empujón del bueno. “Ahora el pico”, “venga coñooo”, “ahora toca sufrir”… son frases que se quedan grabadas, casi de forma fotográfica. ¿Dónde está la chaqueta roja…? Ah sí! Ya la veo, venga, otro empujón Loren.  Y no solo empujan los espectadores, si no que ya me había cruzado unas cuantas veces con caras conocidas con las que comparto kilómetros en la playa de Navia, y con los que primer intercambiamos ánimos, luego saludos, y en la última ya solo miradas. Pero que también te hacen tirar más fuerte, tirar un poco más.

 
Y como no todo iban a ser buenas noticias, pues llegó el momento de que hiciese aparición el hombre del mazo, y que me dejase claro, que no iba a soportar ese ritmo. Así, en el km 28 toco empezar a levantar el pie. Iban a ser muchos kilómetros, y se iban a hacer largos, pero “nadie dijo que fuese fácil”. Como por arte de magia, me estabilizo durante unos 11 km en un ritmo, con mejores y peores momentos. Pienso que pocos  son los que me pasan, con lo cual todos estamos igual. Igual de jodidos, pero esta igualdad lo hace normal. Así que normalizado el sufrimiento, afronto lo que queda, consciente de que hay que disfrutarlo. Van pasando los metros, cada zancada es realmente un logro, y ahora parece que la batería se quiere acabar… quedan menos de 4 km, como bajar corriendo desde el Caseto a Navia, “lo hice muchas veces, solo una más”. Lo duro, se había reservado para ahora. Dudo en algún momento que sea capaz de llegar, pero no dudo que voy a darlo todo por hacerlo. Ya me da igual el parcial, el tiempo y el ritmo. Ahora hay que llegar, entrar en la plaza y cruzar la línea de meta que antes no crucé por reservar el momento. En estas condiciones, me pasan y paso a corredores, que comparten la misma idea, solo mirar al frente y descontar metros. El cartel de km 41 tarda en aparecer, pero cuando lo hace, parece que ocupa toda la carretera, o yo solo tengo ojos para él. Último km, eso si que ya está hecho. Sufro, pero disfruto. Sé que ya nada va a evitarlo, que ese último kilómetro pasará, que toca recrearse, echar la vista atrás, pensar en los sacrificios, apretar los dientes, y pedirle permiso a las abdominales para estirarse un poco y entrar en María Pita con alegría. Llegando a la meta, descubro que algún corredor todavía le queda una vuelta entera (ole sus huevos), me desvío del circuito a la derecha y llega el momento… ¿chaqueta roja? ¡Ah sí! Ya te veo, ¡lo hemos conseguido! Miro fijamente al crono, creo apretar los puños y levantar los brazos con energía, pero el posterior video me demuestra que lo que hago es levantar mis manos de forma cansina, sin tan siquiera cerrar los puños ni llegar a estirar los brazos. Pero ¿qué importa? He cruzado la meta, con un tiempo de 3:11:38. Una hora después que el vencedor, pero realmente yo me siento como un vencedor.
 
He llegado, lo he conseguido. Los esfuerzos han merecido la pena. Algo me dice que he hecho algo de lo que voy a estar satisfecho. Pero en el momento de llegar, no sé ni lo que hacer. Las piernas piden sentarse, la cabeza les dice que ni de broma, las sillas me llaman, y la mirada busca a los míos. Tengo que compartir el momento. Durante muchas semanas he pasado tiempo solo entrenado, y como ya he dicho, mi pareja ha sido la más perjudicada por ello. Ahora, es el momento de compartir la alegría. Durante semanas, he dejado a amigos con el café pendiente, he perdido más de un vino y una sidra, he salido a correr cuando las visitas se quedaban en casa… pero ha merecido la pena. Ahora quiero compartirlo. Las piernas ya no protestan, así que esa chaqueta roja tiene que estar cerca. Sin decir nada, el abrazo que llevaba esperando desde hacía ya 84 días. En ese momento, solo la falta de energía y de fuerzas hace que no me salgan las lágrimas. Somos conscientes entonces de que lo he dado todo, y eso es el mejor premio.