22 de abril de 2013

Violinista 314



Cada mañana Adriana se planta una a una frente a las puertas de las habitaciones para llevar a cabo su rutina diaria. Limpieza del cuarto, muda de sábanas, colocación con mimo de las nuevas toallas y reposición de todo lo que sea necesario. Así lo lleva haciendo desde hace ya tres años. Son muchas mañanas repitiendo un rito que solo la imaginación y la alegría son capaces  de romper, buscando algún destello en su aburrido empleo, algún lápiz de color que pintase su gris mañana. Anteriormente trabajaba en una empresa de diseño gráfico, pero una inesperada regulación puso bocetos, proyectos y sueños en la calle. Un dibujo que tantas veces había esquivado, pero que esta vez le tocó perfilar y afrontar. 
 
Con el paso del tiempo, había descubierto la afición de algunos clientes por llevarse toallas, sábanas, e incluso mandos de la televisión o bombillas; con ello fantasea, y se imagina dónde pueden haber acabado los objetos que con tanta picardía se habían llevado. Objetos que disfrutan ahora de sus días en libertad, lejos de aquel céntrico hotel en el que todos se encontraron inconscientemente encerrados. Como ella.
 
Dejar volar su imaginación, es lo único que le permite afrontar cada día con una sonrisa que amablemente dedicaba a todos y cada uno de los clientes del hotel. Con los horarios como guía crea sus aventuras. Sabe que encerrada en su habitación está la pareja que se ha regalado un homenaje romántico, apurando hasta el último minuto su apasionada estancia; que los madrugadores afrontan una larga jornada de trabajo marcada por el ritmo incansable de su teléfono móvil, con la lengua quemada por apresurarse a tomar el revitalizante primer café del día; los viajeros de paso llegan tarde y marchan pronto en busca de su próximo destino; y las familias le regalan un ajetreo de entradas y salidas, con horarios dispares y variopintos, impredecibles ellas. 
 
Pero esta vez, se iba a enfrentar ante una nueva aventura, que nunca antes había afrontado. Le tocó afilar los lápices de color, y escogió los más primaverales, los más florecientes.
 
 Se había instalado en la tercera planta. El carácter sobrio, rústico y palaciego debió de convencerle. “Alguien con tanta delicadeza, se fija en esos detalles” divagó Adriana. Desde hacía tres mañanas, no entraba en la 314. El cartel rojizo de  no molestar” colonizaba la manilla de la puerta cada día. De su interior, solo escapaba el suave sonido de las cuerdas de un violín, que ponía melodía a sus historias. Su tacto, su melancolía, sus dedos… Adriana deseaba conocerle. Apuraba sus tareas para llegar a la tercera planta, y detenerse en la habitación 314, para una vez más, escuchar esos dedos deslizarse por las cuerdas del violín. Las repetidas ficciones diarias, habían sido abandonadas en algún rincón, porque todo su espacio del psique era ahora para él. 
 
Una mañana más, apresurada y nerviosa como una adolescente. Y allí seguía la melodía. Y seguía fantaseando: sus caricias, sus besos, su calor, sus suspiros… Maldijo una y otra vez el maldito “no molestar”. Deseaba entrar en su cuarto, oler su presencia, sentir su atmósfera y, por qué no, verle.
 
Una mañana más, arreglada y coqueta como hacía tiempo, ilusionada con sus nuevos bocetos, tonteando con sus diseños, volando hasta la habitación 314. La puerta como barrera, y la música como puente. Soñando que esa canción, se la estuviese dedicando a ella. Creyendo que sentía su presencia como ella notaba su calor.
 
Una mañana más, sonriente y florecida. Sus pinturas bien afiladas, preparada para imaginar y volar. Tuvo que aterrizar; la habitación 314 estaba ya vacía. Sin previo aviso, se había ido. Su último disco, con un precioso violín dibujado en el frontal, presidía la mesa de recepción, dedicado:

Con afecto a las trabajadoras incansables del Hotel Libra,
Siempre agradecida, Elisa.





Mi admiración a todas las músicas y artistas eternamente olvidadas.
El Lo.

16 de abril de 2013

Florecer

Fueron robadas al monte,
aún así crecen.

10 de abril de 2013

Viajando con Brehinks.

Hace poco Iñaki Santianes, un muy buen amigo, lanzó uno de esos discos que no pasan desapercibidos. Para darle un giro de tuerca más, Esteban Suárez (otro muy buen amigo) se encargó del diseño, dibujo y maquetación del mismo. Dicho esto, comprederéis que no sea totalmente objetivo.

La crítica musical, no es uno de mis fuertes: me puedo pasar horas escuchando discos de diferentes estilos, y al igual que me ocurre con el vino, sé el que me gusta más y el que me gusta menos, pero no sería capaz de dar caracterísiticas, cualidades, críticas técnicas... ni soy un catador, ni mi oído lo es. Y Brehinks es uno de los discos que me gusta, de los que llevo en el reproductor del coche y le obligo a amenizarme el viaje.
No solo me hace llevaderos mis trayectos, si no que cada vez que lo disfruto, me embarca en un viaje nuevo... cada tema, cada corte, es una etapa de una aventura que varía cada vez que se oye. Es uno de esos discos que dependiendo del estado emocional, puedes ganar o perder la batalla; puedes viajar muy lejos o quedarte en el punto de partida sin atreverte a salir. En este viaje, estate seguro que irás solo, pues cada persona se creará su mundo, su vivencia. Luego, podéis compartirlas y comentarlas, e incluso escribirlas, pero no esperéis la comprensión o el "¡a mí me pareció lo mismo!". Ni tampoco te creas en el poder de juzgar el viaje que otro ha hecho. Es su viaje con Brehinks, y es "lo que quieres que sea".

Y ese viaje, Esteban lo plasmó a su manera, dándole a la maquetación un toque especial. En un mismo trabajo, nos encontramos no solo el arte de la música, de la composición... también el arte gráfico. Escapando de portadas-diseños tradicionales, nos enfrentamos ante un trabajo que nos atrae, nos sorprende, nos descoloca. Es decir, lo que nos ofrecen las melodías, nos lo adelanta la portada: desconecta y déjate llevar, porque lo que vas a ver-oír no es algo al uso.

Os invito pues a viajar con Brehinks, y contar vuestras historias y vivencias.

En una de las primeras escuchas (afortunado de mí fui de los primeros en oírlo) me inspiró una historia, que a continuación relato. Fue mi primer viaje "Brehinks", no el único.

- ¿Qué buscas, hijo? – preguntó su padre.
- Nada, y todo a la vez. – le contestó su hijo.
- ¿Qué has perdido?
- Lo que no me atrevo a buscar.
- ¿Qué te falta?
- Lo que ni tan siquiera echo de menos. – Afirmó cerrando su mochila.
- ¿Por qué te marchas? – incrédulo cuestionó.
- Buscando lo que echo en falta, encontraré lo que he perdido.
Y partió.  Nada más que un deseo; nada más que su fuerza; nada más que su sueño.
Sabedor que se toparía con parajes nunca antes desvirgados. Consciente de que libraría batallas agotadoras, contra dispares e incansables rivales. Conocedor de que sufriría derrotas dolorosas que forzarían la rendición de cualquier hombre. Partió.

Buscar y encontrar, luchar y ganar, perder y seguir. El sabor de las victorias y la ilusión por lograr aquello en lo que soñaba, dotarían de sentido a su esencia. Dio un paso atrás, su último paso atrás, para abrazar a su padre. Pero este ya no se inmutó, no entendía ni respetaba la decisión que su único hijo había tomado.

Con la rabia en sus puños, cerró bruscamente la puerta y dejó atrás la que ya sentía su antigua casa. Nada ya podría retenerle. Apresurado, su padre se volvió para abrir la puerta. “En las largas migraciones, todos necesitan un nido para descansar”.